miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los amos y los esclavos

Una de las primeras inversiones de China en África fue en Zambia, cuando Mao Zedong envió a 25.000 chinos a realizar la que fue la primera gran obra de infraestructura en todo el continente: el Tazara, un ferrocarril de 1.860 kilómetros de vía, que atravesando montañas y ríos, conecta Zambia con la capital de Tanzania, Dar-es-Salaam. Así, el cobre zambiano encontró la salida al océano Índico. Desde entonces, y con algunas interrupciones, los intercambios comerciales de China con el continente africano no han dejado de crecer, alcanzando en 2008 los 107.000 millones de dólares.





A China sólo le interesan las materias primas de África: petróleo, cobre, níquel, carbón, diamantes, madera, hierro, aluminio y oro entre otras, y a cambio, los obreros chinos construyen sin parar todo tipo de infraestructuras, desde carreteras y puentes, hasta estadios o centrales eléctricas. Pero no hay intercambio cultural. En Zambia, el mayor productor de cobre de África, hay un pequeño pueblo de 14.000 habitantes, Chambishi, dedicado a la minería. La compañía China Nonferrus Metal Mining adquirió en el año 1998 la mina del pueblo y las de Luanshya. En la entrada de Chambishi viven mil mineros chinos, completamente aislados del resto del pueblo, mientras los locales viven en el peor barrio del pueblo, en el que no hay ni agua ni luz. Al “dragón” chino sólo le interesa el negocio, nada más.

Y es que China actúa por su cuenta en África, desentendiéndose de los diálogos del resto de países del primer mundo para la cooperación, concepto que en sus relaciones con los africanos brilla por su ausencia. A la falta de intercambio cultural, se suma que tampoco hay transferencia de tecnología. En la construcción del estadio nacional de Maputo, la capital de Mozambique, trabajan 700 locales y más o menos 300 chinos. Los mozambiqueños apenas pasan de peones, mientras la mayoría de los chinos ocupan puestos técnicos y por supuesto, directivos. Además, al ser los chinos los dueños de la inversión, también imponen su filosofía de trabajo, que implica la subcontratación de empleados, y jornadas de trabajo que pueden ser interminables. Los trabajadores africanos se quejan de las condiciones de trabajo impuestas, que consisten en salarios bajos y maltrato por parte de los jefes.

Las opiniones sobre la presencia en África de la República Popular China son diversas. Es cierto que entre algunos líderes africanos, existe la opinión de que China es el mayor enemigo del progreso en África. En 2010, el líder del Frente Patriótico de Zambia, Michael Sata, afirmó que los chinos, en vez de aportar un valor añadido, extraen sus materias primas y ocupan empleos que deberían ser para los zambianos[1]. Pero también hay voces que defienden la penetración de China en el continente africano; para el doctor Abdelrahman Ibrahim Elkhalida, que intervino en el proceso de paz que puso fin a la guerra Norte-Sur en Sudán, los chinos, a diferencia de los occidentales, no imponen condiciones, y no se entrometen en las tradiciones y costumbres de los locales. Es optimista, pues considera que ahora las élites y los líderes africanos están mejor formados para enfrentarse a la posibilidad de un neocolonialismo chino. Para Dambisa Moyo, economista zambiana, tampoco existen grandes diferencias entre China y el resto de países ricos, porque a pesar de que en los últimos 50 años se hayan transferido mil millones de dólares a África en concepto de cooperación, la ayuda no ha mejorado la vida de los africanos.

Efectivamente, el crecimiento de la economía no se traduce en mejora de las condiciones de vida de los africanos. La productividad de algunas empresas en África alcanza el nivel de China, pero los salarios son, por ejemplo en el caso de Etiopía, una cuarta parte de los salarios chinos[2]. Quizá el daño que China le hace a la ciudadanía africana no es mucho peor que el que le han impuesto otros países del primer mundo, pero ésa no es justificación para la explotación de África. Debe existir otro modelo productivo, otra vía de crecimiento y progreso que respete los Derechos Humanos en África. El continente ya ha sufrido el colonialismo de las potencias europeas, el repliegue de la URSS en su desvanecimiento, la intervención de empresas estadounidenses que sólo buscan maximizar sus beneficios con mano de obra barata, y ahora, el modelo chino, con interminables jornadas de trabajo que poco distan de la esclavitud. Para que los africanos sean los dueños de su destino, necesitan una verdadera transferencia de tecnología e inversión en formación, pues frente al 25% del PIB que Asia destinó a desarrollo industrial durante la pasada década, África apenas invirtió un 15%. El continente africano necesita cooperación real, tomar las riendas para que los africanos se conviertan en amos de su propia tierra, y no, una vez más, en esclavos de potencias extranjeras. Pero el camino de China no parece ir en esa dirección.






[1] Artículo de Francesc Relea en El País: “Los nuevos amos de África”. http://elpais.com/diario/2010/05/09/eps/1273386415_850215.html

[2] Artículo de El Mundo, “Las fábricas chinas se marchan a África”. http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/04/economia/1336156168.html

miércoles, 25 de abril de 2012

Después de ver "Drive"



Cinematográficamente, me gusta mucho "Drive". Me recuerda a todo el cine negro que he visto y a la vez, es lo nunca visto. Es básica en todos los sentidos, incluso primaria. "Drive" no deja de transmitir todas las sensaciones más instintivas, una detrás de otra, y todas a la vez. Es violenta, muy violenta, y muy tierna. Es todo el cine clásico y a la vez, los diálogos escasos, la mezcla de la música, los créditos fucsia me llevan al último cine postmoderno, como si algunas de las músicas se las hubiera susurrado Tarantino a Winding Refn. Es una película compleja y al mismo tiempo, completamente visceral.

"Drive" es una película revolucionaria. Y lo es en todos los aspectos menos en uno. Es una película que tiene todo menos una cosa. Es la película más machista que he visto desde hace tiempo.

Carey Mulligan
Y además cumple estrictamente con todo el imaginario machista. Hay dos personajes femeninos con cierto peso. Irene (Carey Mulligan) es la madre de un niño monísimo. Rubia, dulce y sensible. Su papel en la película se reduce a ser madre. Ni en un sólo momento forma parte de la acción, no toma las riendas de la situación ni una sola vez, a pesar de ser la mayor afectada. Es totalmente pasiva, como Blancanieves, como la Bella Durmiente. Pero eso sí, es muy guapa.

El otro personaje es el que interpreta Christina Hendricks. Una pelirroja explosiva, digna del mejor videoclip reggaetonero y sin escrúpulos. Claramente, la segunda vez que se dirigen a ella la llaman "zorra" y ni se inmuta. Ella sí es activa, pero cómo no, al más puro estilo machista: mala, seductora y estúpida, con un mosquito por cerebro. Y por supuesto, torpe, que igual es por los inevitables tacones, imprescindibles para cualquier atraco si la fémina es coprotagonista. Porque para hacer más valiente al héroe y glorificar más su hazaña siempre hay que meter por el medio algún obstáculo, que suele tener forma de mujer malvada y zorrón, o de amante romántica y torpe.
Christina Hendricks

Estoy hasta mis mismísimos ovarios feministas de tener que maldecir películas que son muy buenas, y que merecerían un diez, si no fuera porque siguen siendo conservadoras, cutres y planas en lo que a personajes femeninas se refiere. Y estoy muy harta de ver películas que revolucionan el cine desde el punto de vista narrativo, desde la fotografía, la música, los planos, el guión o los efectos especiales y que ni el uno por ciento de las muchísimas películas que he visto se planteen salir de la dicotomía entre la mujer dulce, dócil y madre, y la zorra, perversa y estúpida.

El cine necesita más feminismo, necesita papeles femeninos más complejos, necesita mujeres que no tengan que dejar de serlo para interpretar un papel de persona fuerte y valiente, necesita mujeres que no sean sólo cuerpo y belleza, necesita mujeres y no úteros, mujeres y no objetos sexuales, necesita protagonistas que huyan de estos estereotipos que se repiten miles de veces. Y necesita hombres, que no sean valientes e implacables, o homosexuales estereotipados como débiles.

Que cuando las mujeres seamos valientes en el cine no sea sólo por nuestro amado y nuestros hijos, que cuando los hombres sean sensibles no sea porque les gustan los hombres.

Que empecemos a hacer y ver cine que no nos avergüence en el siglo XXI. Que hagamos y veamos cine que de verdad nos represente. Ni soy madre, ni soy dócil, ni soy una zorra, ni soy estúpida, ni soy perversa.

Y "Drive" no tiene absolutamente nada de eso. Por eso aunque sea cinematográficamente perfecta, no deja de ser la misma mierda de cine machista a la que no puedo poner un diez. Ni un cinco.